El Viaje del gato Matt, de Murcia a Madrid
¡Miauchachos y miauchachas! Hoy os contaré la historia de cómo comenzó mi nueva vida en Madrid. Era Abril de 2021, una época extraña para los humanos, que aún hablaban de confinamientos, mascarillas y distancias. Y ahí estaba yo, un gatito de apenas cuatro meses, a punto de embarcarme en el viaje más importante de mi vida: dejar Murcia y a mi familia gatuna para unirme a mi nueva familia humana en Madrid. Todavía puedo recordar la mezcla de emociones: un poquito de miedo, sí, pero también mucha curiosidad.
El viaje en coche comenzó con mi humano metiéndome en un transportín, lo que al principio no me hizo mucha gracia, para ser honestos. Me acomodaron en la parte trasera del coche, con una manta suave y cálida cubriendo mi transportín. La manta estaba ahí para que no me asustase con todos los ruidos del coche y los cambios del paisaje, que para un gato pequeño como yo parecían inmensos. Todo lo que podía ver y oír era limitado, pero curiosamente esa oscuridad me resultó reconfortante. La manta tenía el olor de mi vieja casa y algo del aroma de mi futura familia. Me sentía seguro, aunque no podía evitar preguntarme: «¿A dónde me llevan estos humanos?»
Después de unas horas que se me hicieron eternas (¿sabéis lo difícil que es medir el tiempo cuando eres un gatito encerrado?), llegamos finalmente a Madrid. Mi humano me sacó del coche y me llevó al que ahora sería mi nuevo hogar. Todavía estaba muy confundido, pero el aroma era diferente, emocionante. Me llevaron al dormitorio, donde estaba todo dispuesto para que me sintiera cómodo: una cama grande para ellos y un baño pequeño para mí, con mis necesidades básicas cubiertas. Habían puesto agua, comida y un arenero en el cuarto de baño, y yo pensé: «¡Al menos aquí saben cómo complacer a un gato!».
Pasé los tres primeros días en esa habitación. Era un lugar tranquilo donde podía explorar a mi propio ritmo y adaptarme a los nuevos olores, sonidos y, sobre todo, a los humanos. La puerta permanecía cerrada, así que mi mundo se reducía al dormitorio y el baño, pero eso no me molestaba. No me sentía listo para enfrentarme a todo un hogar que aún no conocía. Durante el día, mi humano se quedaba conmigo. Pasaba horas delante de algo que hacía ruidos raros (luego entendí que se llamaba «portátil» y que mi humano «teletrabajaba», sea lo que eso signifique). Lo bueno es que no estaba solo, y me gustaba la compañía. Podía observar cómo tecleaba mientras yo me estiraba cómodamente en la cama, tomando siestas interrumpidas de vez en cuando por alguna caricia en la cabeza.
Por las noches, me daba un poco de pena cuando mi humano se iba a dormir, ya que yo aún no estaba seguro de cómo funcionaba esta nueva rutina. Me quedaba sentado al borde de la cama, justo en el lado donde él dormía, observando. A veces, le esperaba a que volviera, sintiendo que así sabría que no me iban a abandonar.
Y, ¡cómo olvidar a los pequeños humanos! Los primeros días venían a verme muy ilusionados, con esos ojos gigantes llenos de curiosidad y ternura. Llegaban con juguetes para gatos: pelotas que tintineaban, plumas que parecían tener vida propia, y esas cañas con las que intentaban que saltara por toda la habitación. Al principio, no sabía si fiarme del todo, pero debo admitir que me hacía gracia cuando, después de un rato de jugar, me daban chuches. ¡Qué delicia! Se notaba que me querían, y aunque no siempre entendía su energía (los pequeños humanos tienen un nivel de energía… ¡impresionante!), empecé a sentirme cómodo, más querido y, sobre todo, más en casa.
Durante esos tres días, el dormitorio se convirtió en mi refugio, mi primera pequeña conquista en un hogar lleno de nuevas aventuras por descubrir. Aún podía oler los ecos de mi vida anterior, pero cada vez me sentía más atraído por la calidez y el cariño de mi nueva familia. Y poco a poco, me atreví a explorar más allá de las paredes del cuarto, pero esa es otra historia que os contaré muy pronto.
Así que, querido lector, este fue mi primer capítulo en Madrid. Un viaje cubierto por una manta, un cuarto lleno de olores nuevos, y una familia que poco a poco aprendí a reconocer como mía. Si estás pensando en adoptar un gato British Shorthair, recuerda: somos exploradores, pero también necesitamos nuestro tiempo para adaptarnos. Porque al final, no hay lugar como el hogar, y mi hogar es donde están esos humanos que se preocupan por mí… y las chuches, claro. Miauravilloso, ¿verdad? 🐾✨